Entramos en una esfera de la sociología en donde se desdibujan las
fronteras entre los institucional y lo comunal, entre lo individual y lo
colectivo: los movimientos sociales y la protesta. Los movimientos
sociales se instalan justamente en el lugar del abandono de las
instituciones: los movilizados están frustrados por las respuestas de las instituciones y las vías convencionales de reclamo y recurren a formas de acción, ideas, y
sentimientos que chocan directamente con los establecidos en las
instituciones. Los movimientos surgen ante la falta misma de respuestas
de las instituciones y sus vías de manifestación más usuales son las
protestas, cuanto menos convencionales, innovadoras y alejadas de lo
esperado por las insitituciones, tanto mejor. A lo largo de la historia,
campesinos, artesanos, habitantes de las ciudades con fueros frente al
poder feudal o absolutista, obreros, estudiantes, etc. se han nucleado
colectivamente por fuera del marco de las instituciones existentes para
luchar por sus reivindicaciones o creencias. Con el tiempo y las
conquistas obtenidas se han ido institucionalizando en sindicatos, ligas campesinas, asociaciones estudiantiles, etc.. Paradigmáticamente,
el movimiento obrero surgió en la ilegalidad y la represión, la
persecución y la marginalidad política o la clandestinidad a mediados
del siglo XIX pero a principios del siglo XX ya contaba con las primeras
protecciones insititucionales y legales, y algunas décadas más tarde
era un protagonista central de la política merced la organización de
grandes partidos socialistas y sindicatos poderosos. Los movimientos de
liberación nacional en los países coloniales o semicoloniales también
han realizado un recorrido similar: de la lucha irregular pasaron a
formar parte de gobiernos o directamente han conquistado el poder
político. Todos los procesos de cambio social tienen entre sus actores
iniciales formas de movimiento social y acción colectiva desafiante nada
o débilmente institucionalizada o reconocida. El éxito de estos
movimientos también se traduce usualmente en niveles crecientes de
institucionalización.
A partir de la década del ’60 del siglo XX, se desarrollan una serie de nuevos movimientos sociales en los países centrales: los derechos civiles de los negros en EEUU, el ecologismo, el pacifismo, el feminismo, la contracultura juvenil
que, como novedad, no parecen interesados en la conquista del poder
político como antes había sido característico de los movimientos obreros
y movimientos anticoloniales. La transformación social parece
independiente del poder político. Los “nuevos movimientos sociales”
(NMS) ofrecen una especificidad teórica: son agentes colectivos
movilizadores que intervienen en procesos de transformación social (cambio
social fundamental a favor o en contra, impedir, anular o promover),
obrando con cierta continuidad, alto nivel de integración simbólica, y
nivel bajo de especificación de roles y jerarquías, valiéndose de
formas de acción y organización variables. A diferencia de los movimientos sociales históricos (partidos, sindicatos, movimientos independentistas) los NMS son horizontales, abiertos, con débiles estructuras de poder internas pero fuertes lazos de cohesión simbólica, y se preocupan más por movilizar el apoyo y nuevos sistemas de creencias en la sociedad que en tomar el poder directamente para llevarlas a cabo. Esto ha generado un nuevo campo de
estudios en la sociología y la teoría política. Los movimientos sociales
y la acción colectiva no institucionalizada que tiene pretensiones de
introducir cambios sociales y culturales sin plantear la lucha por
detentar el poder político o el mando legítimo, es toda una novedad
histórica.
Aquí hay que sacar varios corolarios: el movimiento es siempre más que
las organizaciones heterogéneas que engloba, y más que la protesta
espontánea porque implican estructuras comunicativas elaboradas y
duraderas. Existe en la medida en que está en movimiento y busca apoyo
activo y repercusión. Es esencial para el movimiento social la
construcción simbólica: la identificación del Otro, el oponente, con
selección de niveles, contextos e instancias en la que se lo enfrentará
(opinión pública, corporaciones, estado, gobierno, parlamento, etc.) y
de un Nosotros sentido y simbolizado que puede difundirse a otros
sectores como dimensión “cognitiva” del cambio social. Las formas de
participación personal son múltiples y flexibles, sin roles fijos ni
formalidades.
Pero están lejos de convertirse en “grupos culturales o testimoniales”
ya que actúan en “contextos duros” de relaciones de fuerzas y buscan el
éxito para sus iniciativas, combinando formas no convencionales de
acción individual y colectiva junto con acciones institucionales. La
dificultad de la no institucionalización los pone en la tensión entre la
movilización y la disolución, lo que impide “el comportamiento
organizacional” (centrado en una organización). Así, a veces un MS
sucede o hereda a otro, y otras veces entran en fases de latencia. Los
NMS “abren nuevos espacios cognitivos y sociales...y desaparecen en un
proceso de difusión/institucionalización”. En este sentido son
esencialmente transitorios. También son cíclicos: por condiciones
cambiantes del contexto político y económico y porque su vida interna
(adhesión, participación) oscila entre el dinamismo movilizador y lo
cotidiano institucional.
La variedad de movimientos es inmensa y se pueden clasificar por tipos:
adscriptivos o inclusivos, ofensivos o defensivos, progresivos o
regresivos o escapistas, violentos o pacíficos.
Las demandas de los NMS producen extrañas combinaciones de supervivencia
(ecologismo, pacifismo) y emancipación (feminismo, cambios en
relaciones sociales). Aunque hay movimientos puramente conservacionistas
de derecha entre los ecologistas, hay otros que plantean que sin
cambios en las relaciones sociales no hay preservación ni se pueden
evitar las catástrofes ambientales. Entre los movimientos
contraculturales aparecen contenidos de recuperación de “soberanía
existencial”, autodeterminación contra las megatecnologías, burocracias e
industria, mercantilización y cientificismo legitimador, y contra la
colonización instrumental de la vida.
Muchos han visto a la crisis de civilización posindustrial y a la
problemática de la reproducción social global como los objetos de los
NMS, que ofrecen como respuesta otros modelos de producción, convivencia
y consumo, que tampoco son novedosos pues se inscriben en tradiciones
emancipatorias anteriores. Touraine, el gran teórico de los NMS señala
su pretensión de “carácter ejemplar” menos instrumentalistas y
estratégicos y más expresivos y orientados al cambio en los valores
comunes y los estilos de vida. La literatura especializada suele señalar 8 rasgos que ayudan también a ver la particularidad histórica de estos
movimientos.
1) Orientación emancipatoria. Nueva izquierda
antiautoritaria pos Mayo Frencés, que desafía el consenso dominante en
sociedades industriales, se diferencia de las tácticas neocorporativas y
propone formas de organización que son extensiones de sus ideales de
reforma social en una pluralidad de idearios y no en ideologías
omnicomprensivas como el marxismo en el pasado.
2) Carácter antiestatalista y pro sociedad civil en el sentido de
desarrollar formas de contrapoder de base, autoregulación social y
defensa. Hay una ambivalencia cuestionadora y desconfianza frente al
estado.
3) Antimodernismo y crítica (práctica y de hecho)
civilizatoria antiproductivista, antipatriarcal, y antiburocráctica,
abogando por una recomunalización, democracia consejista,
desinstitucionalización y desprofesionalización de la política,
impulsando una economía alternativa y “moral” reabsorbida por
dimensiones sociales, etc.
4) Composición social heterogénea con predominio de nuevas clases medias (de los servicios sociales, profesionales, docentes, científicos, etc.) pero presencia de sin techo, desocupados, jubilados, pobres.
5) Objetivos y estrategias muy diferenciados: “actuar localmente, pensar globalmente”.
Consensos importantes acerca de objetivos discretos bien delimitados
bajo el reproche de ser “movimientos de un solo asunto”.
6) Descentralización y antijerarquía organizativa. Desconfianza de liderazgos y burocracias.
7) Politización de la vida cotidiana y el ambito
privado. “Lo personal es político” (feministas), “política en primera
persona”. Los espacios de acción son espacios no institucionales y no
previstos. Reapropiación del tiempo, el espacio y lo cotidiano con
emergencia de identidades socioculturales.
8) Acción colectiva no convencional. Desobediencia
civil, resistencia pasiva, acción directa fuertemente expresiva,
esclarecimiento popular, componentes lúdicos y teatrales, estetización
de la protesta americana en 60/70 y prolongación de la huelga y la lucha
obrera a ámbitos no económicos.
En definitiva, lo nuevo en los NMS es que retoman hilos críticos contra
la deshumanización, viejas aspiraciones de emancipación en escenarios
nuevos. Liberación personal, cotidiana y nuevas formas de vida contra la
tecnoracionalización y la autodestrucción. Incipiente conciencia de
“especie” (universalización) y cuestionamiento no solo a las decisiones
que se toman sino a las razones, las premisas a partir de las que se
decide. Desconfían de las tres formas de la racionalidad
(científico-técnica, mercado, y ley). El capital, el estado y la ciencia
y técnica dejan de constituir soportes legitimadores. Los NMS dan
cuenta del agotamiento de recursos de intervención (regulación,
administración y violencia, gasto e inversión, información y persuasión)
que son inútiles o contraproducentes en temas donde se involucran
identidades y no intereses. La conciencia de los límites civilizatorios
es el carácter distintivo común y la novedad que pasa del neoanarquismo
de la revolución cultural del 68 al tema de la sociedad de la abundancia
y de sus peligros.
Autonomía, identidad y democracia radical como parámetros de
organización rechazando el principio de delegación y de disciplina: más
autonomía, menos política nacional y más local, más participación
directa y menos electoral, más gestión y menos figuración y
representación, más desobediencia civil y menos violencia. El siguiente
cuadro expresa el Nuevo paradigma político de orientación
antiinstitucional (Offe, 1988)
Cuadro Diferencias Tradicionales y Nuevos Movimientos Sociales
El texto de Light y Keller muestra el panorama de los estudios de los
movimientos sociales, diferenciando diversos procesos de comportamientos
colectivos (rumores, multitudes, histerias o pánicos colectivos) y
presentando las diversas corrientes teóricas desde las funcionalistas de
Smelser hasta las teorías más sofisticadas de la movilización de
recursos y aquellas que reintroducen las variables políticas, la
perspectiva de poder, en la acción de los movimientos (Tilly).
El texto de Bobbio sobre desobediencia civil es
importante porque muestra las gradaciones que puede haber entre el
sujeto y el orden social y por tanto demuestra también la posible
debilidad de las instituciones: el sujeto siempre tiene una relación
tensa y contradictoria con las instituciones, nunca está plenamente
institucionalizado, nunca está plenamente fagocitado por la rutina y los
valores establecidos, siempre hay reservas de desconfianza y
descontento que pueden convertirse en rebeldía o desafío a lo
establecido. Es una omisión imperdonable de Bobbio la rica reflexión de
los padres Victoria y Suárez que en el siglo XVI en Salamanca
consagraron el derecho de resistencia a la autoridad injusta. También es
importante destacar que la desobediencia civil se convierte luego de
las luchas por la independencia de la India encabezadas por Gandhi en
resistencia pacífica, inaugurando todo un módulo de estrategia de lucha
colectiva para el resto del siglo y que se prolonga hasta nuestros días.
Las variedades de tipos de desobediencia civil son enormes: omisivas,
comisivas, activas, pasivas, manifiestas o clandestinas, etc.
El texto de Craig Jenkins, desarrolla el modelo internacionalmente más aceptado de análisis de los movimientos sociales: la teoría de la movilización de recursos cuyo autores más importantes son Tilly y Tarrow. A partir de estos teóricos, los movimientos
comienzan a estudiarse no desde el punto de vista de los motivos del
descontento (la frustración, la privación, las reivindicaciones) sino
desde el punto de vista de sus capacidades internas. Estos teóricos abandonan "el punto de vista de la demanda", porque puede constatarse fácilmente que frustraciones y privaciones que dan lugar al descontento colectivo hay muchas en todo momento, pero organización y lucha por fuera de lo establecido hay muy pocas. Así no son los reclamos los que explican los movimientos sino la posibilidad de "movilizar recursos". C. Jenkins hace una recapitulación del acervo de recursos materiales y humanos de todo tipo que suelen ser necesarios para la activación de un movimiento: cuadros intelectuales y militantes con experiencia, lugares de reunión, medios de difusión, contactos con instituciones, oportunidades políticas favorables, etc. etc. Es importante la figura de los "empresarios sociales" en esta teoría: personas que cuentan con recursos materiales y simbólicos, influencia social, política, científica, cultural, etc. y la ponen al servicio de los movilizados ayudando a la repercusión pública y la visibilización de los reclamos.
La teoría de la
movilización de recursos considera a los movimientos sociales “como una
prolongación de del actuar institucional y analizan los movimientos que
postulan un cambio institucional y que pretendan alterar elementos de la
estructura social”; que aspiran a organizar grupos que actúan en contra
de las elites institucionales y que estaban previamente organizados.
Los teóricos de la movilización de recursos argumentan que los agravios son un factor secundario y que derivan de conflictos de intereses de
orden estructural articulados en las instituciones sociales y que los
movimientos surgen a partir de cambios a largo plazo, en los recursos del grupo, de su organización y en las oportunidades de desarrollar formas de acción colectiva.
La movilización es el proceso mediante el cual un grupo se asegura el
control colectivo sobre los recursos necesarios para la acción
colectiva: recursos tangibles y no tangibles, humanos y materiales. Es
decir se plantea como importante el control de los recursos previo a los
esfuerzos de movilización. Los movimientos sociales han pasado de las
concepciones clásicas de la organización de movimientos sociales (OMS)
con liderazgo autóctono, afiliación extensiva a las organizaciones
profesionales (OMS profesionales) con liderazgo externo, personal
remunerado afiliación reducida o inexistente y acciones que hablan en
nombre del grupo agraviado sin requerir su participación.
La organización de los movimientos sociales da lugar al debate entre
quienes plantean un modelo burocrático centralizado y quienes se
inclinan por un movimiento informal descentralizado. Los primeros
sostienen que una estructura formalizada con una división del trabajo
maximiza la movilización y que una estructura centralizada de toma de
decisiones aumenta la capacidad de intervención inmediata al reducir los
conflictos internos.
La segunda postura sostiene que los movimientos descentralizados con una
mínima división del trabajo e integrados por redes informales y por una
ideología de amplio espectro son más efectivos.
El texto de E. Neveau apunta a una cuestión parcial pero no poco importante y que está de moda en el discurso político hoy en nuestro país: la militancia. Basado en estudios empíricos de grupos de militantes y activistas en NMS de Europa y EEUU, el autor cita la teoría del "efecto hípergenerador" según la cual no sería tanto el resultado esperado de éxito en las acciones y la consecución de las demandas lo que moviliza, sino que el proceso mismo de movilización tiene componentes motivacionales muy fuertes para los miembros de los movimientos. La movilización es un proceso que produce estímulos personales de satisfacción en sí mismos, no atados necesariamente al resultado. El placer de la aventura y el riesgo, el ponerse a prueba, sentirse protagonista, etc. son parte de este fenómeno de hípergeneración. La participación genera el mismo combustible que alimenta la participación. Por supuesto, que llevado al extremo estos procesos pueden derivar en sectarismos dogmáticos, estructuras cerradas, invulnerables a las derrotas o, peor aún, que se alimentan de ellas y no logran convertirlas en procesos de aprendizaje colectivo.
Un último aspecto, que no está tocado en la bibliografía pero es importante para entender la trama del lazo social propio de los movimientos sociales es la cuestión del "free rider" o "colado" en nuestro lunfardo. Todo grupo que pretende correr riesgos colectivos luchando por un reclamo común, padece el llamado dilema del free rider: el sujeto que debe correr riesgos de participación para conseguir
bienes públicos siempre va a tender a esperar que fueran otros los que
corran esos riesgos ya que si los bienes son efectivamente comunes los que los consigan van a ponerlos también a disposición de los que no lucharon por ellos. Todos esperan que sean los otros los que salgan a luchar: si tienen exito y los consiguen van a estar a disposición de los que no lucharon, si no los consiguen ¿para qué arriesgarse y salir a luchar?. Esta paradoja es llamada el teorema de la inclinación a la pasividad. Esto explica porqué la gente no participa, pero
deja sin explicación los innumerables hechos de participación y
rebelión. Así, se propone toda una nueva tipología de soluciones al
Dilema del Rebelde.
Soluciones de Mercado que se basan en estimular la participación y superar el dilema del free rider aumentando los beneficios adicionales de la participación o reduciendo los costos y riesgos de la misma. 1) Aumento de beneficios: grupos
ultrabeneficiados o fanáticos “grupos defensores” (Tilly) o
“privilegiados” que tienen más beneficios marginales que costos
marginales a su contribución. 2) Baja de costos: de peligros represivos o
pérdidas. 3) Aumento de recursos que permita más disfrute de tiempo y
compensar costos. 4) Mejora en la productividad de las tácticas: si el
costo en perseguir bienes públicos es menor que el de perseguir bienes
privados, se motoriza la acción colectiva. 5) La disminución de oferta
de bienes públicos motoriza la demanda si no hay bienes sustitutos. 6)
Expectativas de victoria: si hay convencimiento que la lucha lleva
necesariamente a la victoria se estimula la eficacia de grupo y la
participación individual en él. 7) Expectativas de eficacia de la acción
individual: el rebelde puede pensar que su contribución no es marginal
sino central en el éxito. 8) Información incompleta e ilusiones sobre
costos bajos, beneficios accesibles o apoyos masivos de otros sectores,
etc. 9) Asimilación del riesgo: aumentar la tolerancia al riesgo del
rebelde por socialización política o experiencias anteriores. 10)
Espiral de competencia entre enemigos: los aumentos de amenazas
colectivas de un lado generan contramenazas del otro. 11) Ausencia de
salidas: la imposibilidad de “votar con los pies”, buscar en otro lado,
precipita la participación en la Acción Colectiva. 12) Cambio de tipo de
BP (bien público): hay “histerisis”= más sensibilidad a las pérdidas
que a las ganancias, más predisposición a defender lo perdido que a
atacar. Además si los BP suponen “beneficiarios rivales”, la mayor
participación disminuye el beneficio esperado al tener que distribuirse
entre mas.
Soluciones basadas en Comunidad: solución basada en los costos o riesgos de no participar por pérdida de bienes sociales y simbólicos ya disponibles: sentido de pertenencia, protección comunitaria, etc. 1) Conocimiento común:
puede haber certezas acerca del comportamiento colectivo de los otros
que aseguran la utilidad de sumarme. Lo mismo por razones culturales,
experiencias anteriores, información directa o movilización ya en curso o
“subirse al carro”. Al dilema del rebelde subyacen tanto el del
prisionero (acción estratégica en pos de beneficios esperados) como de
la seguridad (certeza acerca de los otros). 2) Valores comunes:
autorrealización, participación como experiencia y beneficio, etica o
solidaridad con otros aunque con riesgos, la protesta como fin en sí,
conciencia de grupo, altruismo, etc.
Soluciones basada en Contrato: mediante organización y
autogobierno con normas y sanciones acordadas y compartidas que prohiban
las conductas oportunistas. Soluciones generadoras de
institucionalidad. Autogobierno: soviets, comunas, cooperativas, comites
o pandillas acuerdan e imponen reglas, controles y procedimientos
propios. Acuerdos “toma y daca” o cooperación contingente basada en la
seguridad de que otros o muchos participarán. Acuerdo de iniciar
campañas o eventos que se asegura incentivar la masividad, etc. Acuerdos
de intercambio: negociación, redistribuciones mutuamente beneficiosas,
etc.
Soluciones basadas en Jerarquía: mano visible que
presupone autoridad o poder impositivo previo. Localizar agentes o
empresarios: confianza en líderes que crean organizaciones que
solucionan el problema del “agente”. Localizar patrones: apoyos externos
que subsidian costos de participación. Los apoyos externos suelen
maximizar los conflictos.
Las tendencias que pueden desarrollar los movimientos de rebeldes son la
“reorganización” hacia un club exclusivista en donde el beneficio
marginal es igual al costo marginal del último miembro; hacia un
subgrupo “fanático” de defensores identificados con una bandera o
identidad; o hacia una descentralización en grupos locales más sencillos
que puedan seguir impulsando la acción colectiva.
Así vemos que los movimientos plantean formas de competencia entre
grupos o miembros dando alicientes a la participación para “destacarse”,
o formas de imposición de medidas, control de deserciones y de
incumplimientos de responsabilidades, y administración de incentivos y
desincentivos bajo el lema “Se puede superar el dilema del rebelde si el
rebelde recibe algo como consecuencia de su participación”. Dentro de
los movimientos se juega mucho con la predisposición a ser coaccionados,
o aceptar coacciones sobre las que haya acuerdo o aceptación mutua.
Las implicancias de este análisis, son muy importantes: hay muchas
formas de promover la acción y la participación colectiva contestataria
de manera racional para los involucrados. El acierto político consiste
en cómo resolver en cada caso y circunstancia el dilema.
Las soluciones nunca son únicas: siempre presuponen al menos una de las
otras. Y en este sentido son circulares y paradójicas. Para que haya
contrato tiene que haber mercado, este presupone algo de comunidad para
la confianza en los intercambios, la comunidad necesita jerarquía para
reforzarse y trasmitirse a nuevas generaciones, la jerarquía necesita de
contratos porque finalmente necesitará que lo acordado bajo coacción
quede como acordado. No se puede explicar la acción colectiva
presuponiéndola, ninguna solución es suficiente, aunque sean necesarias.
Es dificil explicar el bien público en sí que significan las
instituciones. Valores comunes, descentralizaciones, competencias o
exclusivismos siempres suponen problemas de acción colectiva de segundo
orden: tiempo destinado a controlar, riesgo de incentivos selectivos no
valiosos, costos de coordinación, etc.
Como todo orden social descansa en una combinación de coerción, interés y
valores, es necesario combinar soluciones. La cooperación puede
catalizar o multiplicar otras motivaciones. Tanto el utilitarismo como
la equidad interactuan para reforzar la cooperación o compensarse uno
con otro. Es típico el caso de los cooperadores condicionales: cooperan
solamente si hay un grupo mínimo previo que coopera. Los juegos de
cooperación difieren de los de intercambio e implican un capital social
que convencionaliza acciones de reciprocidad. Tanto recursos previos,
como intercambio voluntario, como coordinación institucionalizada pueden
ser bases de apoyo de la AC.
El rasgo de impredecibilidad es inherente a la acción colectiva
desafiante: la multiplicación de soluciones y contextos hace imposible
la anticipación. La AC es inestable y en gran medida fortuita.
Además están las consecuencias indeseadas de las soluciones sobre todo
de los incentivos selectivos (saqueos, oligarquización de la
organización, cooptación, utilitarismo creciente en las expectativas de
miembros, etc.).
1 comentario:
A propósito del efecto “hipergenerador” de la movilización intenté ver mi propia militancia en una organización de base marplatense.
Es claro que el tipo de luchas que se desarrollan en América Latina tienen una acumulación histórica muy diferente a las dadas en Europa o EEUU, lo que hace difícil su comparación. El conjunto de motivaciones que pueden llevar a una persona a participar de una “acción colectiva” tiene mucho que ver con su propia historia personal pero a su vez con la toma de conciencia de la necesidad de organizarse para producir algún cambio en las relaciones de fuerzas de una sociedad. El hecho de haber compartido una historia común con la lucha de vecinos de Mar del Plata por una vivienda digna no solo me motiva a seguir sino que a medida que conozco más a mis compañeros más aun entiendo la justicia y la necesidad de proseguir y ampliar el campo de reivindicaciones por las cuales luchamos. En mi caso personal y en el de muchos otros hay una fuerte carga afectiva en lo que hacemos, que combina machismos elementos lúdicos (reuniones, participar en cumpleaños, pasar una película, etc) con otros propios de la construcción de una organización perdurable en el tiempo. Las derrotas sufridas y las victorias obtenidas con la lucha se combinan para potenciarse y fortalecen los lazos. Por otro lado la construcción desde la base, con modalidad asamblearia y delegados rotativos ejercita una forma de democracia directa que neutraliza el “punterismo” y evita a su vez el cierre del discurso en torno a dogmas incuestionables. Este es el principal rasgo que diferencia a lagunas organizaciones de base argentinas de la estructura tradicional de partidos, ya sean de la izquierda autoritaria como de los partidos de la clase dominante. En organizaciones verticales, basadas en el liderazgo de un grupo o persona individual sí se vive la militancia como un conjunto de satisfacciones personales y esperanzadas en obtener protagonismo, lo que lleva a reproducir la dominación.
El enfrentamiento es entre clases antagónicas, una de las cuales detenta el poder de coerción legitimo y las otras (las subalternas) deben recurrir a acumular fuerza por mecanismos diferentes al del Estado. La teoría de movilización de recursos de Tilly es una muy buena superación de las limitaciones que el estructural funcionalismo norteamericano enquistó en la sociología, pero yo me pregunto ¿es que las clases dominantes no movilizan recursos?¿no son justamente las que monopolizan los recursos básicos de subsistencia y el uso de la violencia “legal”? La motivación a continuar la militancia proviene justamente de encontrar en la dinámica diaria de esa confrontación los elementos para profundizarla y volverla cada día más eficaz. Pero hay una tendencia en estas teorías de la “acción colectiva” a deshistorizar las luchas, buscando cortes sincrónicos que pierden poder explicativo acerca de cómo se suceden las diferentes etapas de la luchas entre clases. No podemos entender el surgimiento de movimientos de base como, para citar un ejemplo, el Frente Popular Darío Santillán si no tomamos dimensión histórica del aplastamiento de la clase obrera organizada realizado durante los años 70 y 80 y de la posterior derrota del sistema democrático frente a las políticas neoliberales de los 90, producto ellas mismas de la reestructuración capitalista que utilizo el genocidio como forma recurrente de realizar su poder. Nuestros análisis serán minuciosos en la descripción de cómo se tejen las redes de solidaridad entre militantes, o de como se organiza la distribución interna de lo obtenido con la movilización, pero no tendremos una ubicación cabal en la misma dinámica de la permanente reproducción del orden capitalista ya que la mirada “hacia adentro” fragmenta e interrumpe la serie histórica.
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